Las expresiones “enfoque de género” o “perspectiva de género” tienen un propósito loable: equiparar las condiciones de vida de las mujeres frente a los hombres, mediante la construcción de la conciencia individual y colectiva que apunte a una sociedad que reconozca la presencia igualitaria de la mujer en los escenarios generales: en lo económico, en lo político, en las relaciones humanas, frente a la justicia, en lo laboral, en los temas de salud, en educación. Y que a su vez les garantice plenamente sus derechos en los ámbitos específicos que son transversales a los escenarios generales: como madres, como constructoras de paz, como víctimas, ante situaciones de riesgo por violencia, por violencia intrafamiliar, maltrato, abuso sexual, acoso, trata de personas, desplazamiento, abandono, y otras formas de discriminación con fuerte arraigo cultural que atentan contra el principio del libre desarrollo de la personalidad consagrado en la Constitución Nacional.
Destacar argumentativamente uno o varios conceptos de “género” y hacerlo como parte de un ejercicio académico con consecuencias en la planeación y desarrollo de políticas públicas, constituye un esfuerzo dirigido a la inclusión real de la mujer en todas las esferas de la existencia humana. Es la concreción de la óptica femenina incidiendo, ya no parcialmente sobre la sociedad, sino actuando como un todo activo que participa en igualdad de condiciones derechos y responsabilidades.
Es un discurso positivo, postmoderno, pero sigue siendo dicotómico. Una cara muestra los avances de la especie humana en su evolución, en la capacidad intrínseca a su naturaleza por autorreconocerse, por estudiarse a sí misma, descubrirse y actuar en consecuencia. Pero la otra muestra que tan lejos estamos aún de alcanzar los fines esperados en el discurso. Entre los logros conceptuales, las conclusiones de la academia, los seminarios de los organismos internacionales, las declaraciones de las ONGs y hasta las normas difusas y dispersas que se han logrado filtrar en los ordenamientos jurídicos, la verdad es que, entre todas estas manifestaciones de la modernidad y la sociedad de carne hueso -con su cotidianidad evidente en todas sus formas- hay todavía un espacio abismal.
La teoría sigue siendo de élites, de individuos con tiempo, formación y ganas de especular y de pensar. Las teorías, sobre todo las que más benefician a los seres humanos y a sus diversas formas de organización, fluyen más rápido que los cambios que se suscitan en la sociedad, aquellos que se enfrentan constantemente con el conservadurismo asociado al poder y con el reflujo cultural que crea la resistencia al cambio y la inmutabilidad.
Sin embargo, cuando se toma en serio la importancia de encontrar los mecanismos que permitan cerrar las brechas entre las ideas y la realidad en temas de tanta trascendencia como la inclusión de la mujer en todos los aspectos que encierra una sociedad, entonces se descubre que las vías sí existen y que hay que aprovecharlas para ir ganando camino.
Una de ellas, es introducir en los Planes de Ordenamiento Territorial un capítulo que proponga las reformas necesarias para que las visiones de mujeres y hombres se hagan recíprocas, complementarias y armoniosas en el relacionamiento integral entre espacio y sociedad, de suerte que las visiones mismas logren encontrar un norte mancomunado capaz de aprovechar todas las posibilidades humanas que conduzcan al progreso en un ambiente de respeto y promoción de los derechos de los individuos asociados sin importar las diferencias.
Participar para planificar
La inclusión del enfoque de género en la planeación territorial no debería prestarse para rencillas o discusiones infundadas entre hombres y mujeres. Eso es no entender el concepto. Cuando se cuenta solo con una perspectiva, se desaprovechan las demás. Defender el privilegio de dictar unilateralmente las orientaciones para la convivencia entre seres humanos, o entre estos y la naturaleza, imponer condiciones para el relacionamiento con las minorías o los sectores productivos o para decidir sobre el uso más adecuado e inteligente del espacio, es un planteamiento que deviene del atraso, de criterios atados a tradiciones culturales y conceptos de autoridad sin fundamento ya mandados a recoger.
Tal vez, y para contribuir a tender puentes de entendimiento y avanzar con más rapidez y sin tantas prevenciones, se debería aclarar desde un principio que las propuestas que contienen un “enfoque de género” no se hacen para otorgarles ventajas a las mujeres sobre los hombres auspiciando una confrontación absurda e insulsa que no haría otra cosa que reproducir el modelo que se critica. No, no se trata de eso. Es para exigir el derecho irrevocable a participar y a ser escuchadas en todas las decisiones que se adopten en la sociedad como garantía para la construcción de un mundo mejor, no tan solo para unos, sino para todos.

Los modelos existentes en términos de arquitectura urbana, de equipamiento, movilidad, del uso programado de zonas comunes y de las concentraciones comerciales y servicios financieros, lugares de esparcimiento y diversión para niños y adultos, criterios de seguridad pública y privada, iluminación, andenes y ocupación del espacio público, oferta de servicios varios, manejo de los derechos para los incapacitados, son modelos que obedecen, salvo contadas excepciones, a las estructuras de poder existentes derivadas de una organización social cuya autoridad se reserva casi exclusivamente al hombre o al sexo masculino.
Una revisión panorámica de la ciudad de Ipiales hoy, por ejemplo, reafirma esta aseveración. Es un conglomerado con población mayoritariamente urbana (70.9%), con áreas rurales (29.1%) de gran importancia en materia productiva y cultural, que responde a un diseño que privilegia las labores, las costumbres y la cotidianidad masculinas, tanto en la ciudad como en el campo.
El último censo poblacional realizado en el país, demuestra que las tendencias demográficas se mantienen: el 40.2% de los Ipialeños pertenece al género masculino y el 50.8% al femenino. De otra parte, el 27.9% de la población se auto reconoce como indígena independientemente de su lugar de origen.
El desarrollo urbanístico de Ipiales es similar al del resto de las ciudades del país. No importa si el análisis se hace en relación con las áreas urbanas o rurales, cada una con sus características específicas está enmarcada dentro de modelos semejantes. Los ejercicios de planificación son erráticos y normalmente responden a procesos de corto plazo. A eso hay que sumar que muchos de los desarrollos se escapan a la planificación y son fruto de fenómenos demográficos, ambientales e incluso políticos o asuntos de conveniencia.
Lo anterior nos presenta un panorama muy negativo en relación con la incidencia de la mujer en la conformación de las políticas públicas que contemplen el enfoque de género. Los diseños de vivienda, su localización, la estructura interna y el manejo de espacios y prioridades, así como los diseños de vías principales, secundarias o los caminos vecinales o peatonales, no tienen en cuenta como eje transversal la cotidianidad de la mujer, sus necesidades ni la interrelación con la población infantil vinculada directamente con temas especiales de salud, recreación y educación.
Un debate muy interesante que vale la pena abordar, está vinculado con la fractura existente hoy entre lo público y lo privado. El concepto, de origen típicamente masculino, pone distancia entre las áreas de habitación y los espacios de trabajo y el equipamiento generando una separación entre las actividades y responsabilidades del hogar y las labores del trabajo productivo y la prestación de servicios públicos y sociales. Es una situación que aleja a la mujer de opciones de trabajo y desarrollo profesional, imponiéndole talanqueras al ser ella a quien normalmente se encarga el cuidado de los hijos y por ende de las otras actividades de la casa.
La separación entre lo público y lo privado tiene múltiples consecuencias. Al equipamiento urbano, a las oficinas y otros sitios de trabajo, se les asignan zonas específicas de la ciudad, una especie de concentraciones de servicios que demandan esfuerzos de desplazamiento individual que a su vez imponen condiciones inequitativas de movilidad y tiempo para las mujeres y los niños.
Es un proceso que se da a nivel escolar, atención médica y espacios de recreación. Una ciudad parcelada así, que ubica viviendas de un lado y servicios y equipamientos por otro, no solo es ineficiente y peligrosa, sino que niega a las mujeres oportunidades en el desarrollo de sus proyectos de vida. Es la negatoria directa o indirecta a más de la mitad de la población para su inclusión en el mercado laboral, en actividades de emprendimiento, educativas o culturales.
La Propuesta
Un modelo distinto en la planeación de los centros urbanos, debería contemplar una integración entre lo público y lo privado, un sincretismo entre la vida cotidiana del hogar, las labores domésticas, la escuela, el trabajo, el centro médico, la biblioteca y los parques de entretenimiento. Es una propuesta de modelo circular que no aísla a ninguno de los grupos humanos que conforman la sociedad, no solo las mujeres, con ello también ingresarían como huéspedes más autónomos de las estructuras urbanas los niños, las personas de la tercera edad o con alguna discapacidad, los estudiantes universitarios etc.
El alcance de una propuesta de esta naturaleza sería enorme. Es una visión distinta, mediante la cual se integran elementos sustanciales de los derechos humanos con los aspectos más importantes de la planificación del territorio. Como titula en su libro el prestigioso arquitecto Henry Lefebure, es la creación de “El derecho a la ciudad”.
No se espera que una reforma tan ambiciosa se haga de la noche a la mañana, se trata más bien de poner los primeros cimientos para un cambio de perspectiva que nos permita dar inicio a la construcción de ciudades más humanas, con más oportunidades, ciudades que ofrezcan ventajas para todos sus habitantes, seguridad y tranquilidad en cada esquina, conglomerados que ofrezcan mayor autonomía y un uso del espacio más amplio y confortable.
Francesco Tonucci, el psicopedagogo y dibujante italiano, nos habla de una ciudad para los niños, en la que prevalezcan espacios para la autonomía y desarrollo de quienes vienen en proceso de crecimiento y aprendizaje, ciudades en las que se pueda “jugar más allá de los parques encerrados”. Tonucci lo expresa con una frase incontrovertible: “una ciudad para los niños lo es para todos.”
Defensora de derechos humanos, columnista del Diario del Sur . Ingeniera civil, con especialización en Alta Gerencia en la Universidad de Nariño y Magister en Administración de la Universidad Carlos III de Madrid, España. Se ha destacado por su compromiso en la defensa de los derechos humanos, la construcción de paz, en contra de la discriminación y la violencia contra la mujer y la población vulnerable.