Manejar conflictos, aprender y sufrir con ellos (I)


Todos los conflictos nos afectan. Los que llevamos dentro, que son casi todos, los que tenemos en familia o en el trabajo, en la escuela, en el club, en el barrio, en la empresa, en el país, en el mundo y hasta los que impulsan las estrellas hacia la eternidad o crean las olas del océano, todos tienen efecto sobre nosotros; cada uno impacta a su manera, con su energía y diferenciando a cada quien. Algunos nos causan sufrimiento -lo que significa muchas cosas-, otros, nos imponen desafíos y riesgos; algunos nos obligan a pensar, a planear, a parar (para rectificar o para errar); y, a no ser que estemos a cargo de nosotros mismos o de nuestras situaciones, todos, todos los conflictos, producen eso que conocemos o sentimos o quizá intuimos como miedo.

Casi todos los conflictos humanos reposan en la mente, y se alimentan, crecen y reproducen a cuenta de nuestros recuerdos (conscientes o inconscientes) creencias y prejuicios. Los conflictos nacen, en su mayoría, de ideas o sucesos que provienen del pasado remoto o del cercano, y terminan ligándose con las proyecciones que perseguimos o que nos persiguen desde el futuro que imaginamos, del inmediato o el distante. Los conflictos son, en su mayoría, problemas con los que los humanos nos identificamos, es decir aquellos que creamos desde el poder tácito, oculto, del inconsciente; son, en últimas, manifestaciones y construcciones derivadas de nuestras características evolutivas y existenciales.

La inteligencia que hemos alcanzado con el desarrollo natural de la especie nos ha impuesto una apremiante temporalidad. Cargamos con un pasado denso, informado desde lo genético, lo físico, lo cultural, lo sensorial, educacional y conceptual, lo que en el interior de la mente solemos trasladar al futuro, creando un mecanismo de anclaje interminable. La lucha entre los bandos (el auto boicot que arrastramos de atrás y la expectativas que tenemos del futuro) avanza frenéticamente, se convulsiona en la mente, actúa como un torbellino sin control casi siempre sin mediar la voluntad, y cuesta mucho detenerse durante un instante para hacer una observación objetiva, realista, serena, equilibrada, aquella que nos provee el tiempo presente normal de la vida.

Las personas se preguntan entonces con mucha frecuencia ¿Qué es un conflicto? Y la mejor respuesta tal vez sea responder con otro interrogante… ¿Qué no es un conflicto?


Todo choca incesantemente en el tiempo con todo lo demás. La esencia de la vida, en sus infinitas dimensiones y manifestaciones, marcha al ritmo y en la dirección en que se mueven sus conflictos. Todos ellos, los particulares o los aparentemente ajenos a nosotros, obedecen siempre a las mismas leyes generales, a las que rigen la totalidad del universo.

¿Es una buena noticia? Tal vez sí, tal vez no. A través de una mirada que simplifica lo complejo, por así decirlo, se reduce a una sola regla de oro todo el sistema, permitiéndonos entenderlo como lo que podríamos llamar un modelo funcional”, dentro del cual discurren todos los episodios, momentos y circunstancias. Lo más positivo de esta conclusión, es que pretende evitar conscientemente que caigamos en el aislamiento individualista que padecemos los seres humanos. Los conflictos adquieren, por este camino, una dimensión cósmica, ya no los percibimos como un estado de la soledad del pensamiento individual, sino como parte del movimiento general. Nadie escapa a los problemas, a los desafíos, nadie logra aplazar por mucho tiempo la toma de decisiones frente a los momentos de inflexión que le impone la vida.

Pero esta conclusión filosófica no resuelve mucho en lo concreto, ni aleja de nuestras vidas los conflictos que insisten en causarnos sufrimiento. Los explica en buena forma sí, les da contexto. Es una especie de “matrix” de lo involuntario, de lo casual, de la imprevisibilidad, de la aventura constante de la existencia. Solo viviendo tenemos conflictos, y estos se hacen más intensos en tanto se haga más intensa la vida: dicho de otra forma, la vida misma es el ambiente natural, el recipiente que contiene los conflictos, para que estos, a su vez, alienten la evolución.

Un conflicto es una fuente inagotable de energía. Si logramos aprender su significado, si podemos ponerlos a nuestro servicio comprendiéndolos y asimilándolos, encontrando el camino para traerlos a un presente neutro y equilibrado de la consciencia, entonces lograremos evitar que nos dejen atrapados en las marañas del pensamiento, convirtiéndolos por el contrario en una diáspora de posibilidades extraordinarias.

Todos aprendemos a convivir con los conflictos de toda clase. Desde antes de nacer, nuestro cuerpo ya se encuentra librando mil batallas para ocupar su espacio en la tierra, batallas que luego nos acompañarán a lo largo de toda la existencia.

Manejar conflictos, aprender y sufrir con ellos, es una muestra de la capacidad de adaptación que tenemos todas las especies que habitamos en este planeta, individual o colectivamente. Contamos con muchos recursos para lidiar con los conflictos, pero casi todos obedecen al aprendizaje de la confrontación, de la lucha, del empleo de la fuerza mental o física. ¿Será acaso que esa lección impuesta desde niños por un modelo de caracterizaciones jerarquizadas, de privilegios y apariencias y de competencia insolidaria es la fórmula adecuada no solo para superarlos sino para recibir y aprovechar sus enseñanzas?

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Economista y Sociólogo, especializado en Derecho Penal para No abogados. Ha dedicado gran parte de su vida al estudio, análisis, comprensión y resolución alternativa de conflictos multidimensionales, mediante la aplicación de diversos modelos de comunicación efectiva

2 comentarios en “Manejar conflictos, aprender y sufrir con ellos (I)”

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